La familia entera de los Servidores de la Palabra celebra con júbilo, el último domingo de octubre, a Jesucristo, Misionero del Padre. Religiosos, religiosas y laicos comprometidos compartimos este día la alegría por la inspiración dada a nuestro fundador: debemos adorar a su Hijo como Misionero y ver en Él nuestro modelo a seguir.
Nosotros sabemos que debemos estar unidos en la fe y que nuestra unidad debe consolidar también la unidad de las diferentes comunidades eclesiales en las que trabajamos. La Iglesia entera es misionera, y jamás debemos fomentar divisiones en el seno de la misma, ni hacer caso de los que se olvidan de esta esencia de la Iglesia, pues ello estorba a la voluntad de Dios. Nunca olvidemos que la consigna del Señor Resucitado es el motivo de nuestra celebración: “como el Padre me envió así los envío a ustedes” (Jn 20, 21).» Es así como la fiesta de Jesucristo, Misionero del Padre, nos recuerda lo que nuestro carisma nos impone como Servidores de la Palabra, con una imposición en el sentido de exigencia moral. Y no tenemos miedo de aceptarla como tal porque: «Quien ha conocido a Dios no puede callar».