La familia entera de los Servidores de la Palabra celebra con júbilo, el último domingo de octubre, a Jesucristo, Misionero del Padre. Religiosos, religiosas y laicos comprometidos compartimos este día la alegría por la inspiración dada a nuestro fundador: debemos adorar a su Hijo como Misionero y ver en Él nuestro modelo a seguir.

Rodean al icono varias frases que marcan las líneas de nuestra espiritualidad: estamos llamados a servir a la Palabra con amor, generosidad y sacrificio, pues quien ha conocido a Dios no puede callar.
El misterio de la Santísima Trinidad se hace presente en el icono. Dios Padre, que es representado por una mano que asoma desde el cielo, envía a su Hijo, quien a su vez envía a la Iglesia a predicar al mundo entero, dándole el Espíritu Santo.
Con su mano derecha, el Señor resucitado bendice a los que Él envía a prolongar su misión salvadora mediante el anuncio del evangelio;
La cabeza del Misionero divino está rodeada de un halo que representa su gloria, y que contiene el alfa y la omega: Él es el principio y el fin del universo. Las heridas de los clavos se han transformado en rayos gloriosos después de la resurrección.
En su mano izquierda sostiene la cruz que portan al pecho los Servidores de la Palabra.
El envío que hace Cristo Misionero aparece textualmente reportado en el evangelio de san Juan: «Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes» (Jn 20, 21). Es el mandato que Jesucristo da a toda su Iglesia: nadie está exento de él.

Nosotros sabemos que debemos estar unidos en la fe y que nuestra unidad debe consolidar también la unidad de las diferentes comunidades eclesiales en las que trabajamos. La Iglesia entera es misionera, y jamás debemos fomentar divisiones en el seno de la misma, ni hacer caso de los que se olvidan de esta esencia de la Iglesia, pues ello estorba a la voluntad de Dios. Nunca olvidemos que la consigna del Señor Resucitado es el motivo de nuestra celebración: “como el Padre me envió así los envío a ustedes” (Jn 20, 21).» Es así como la fiesta de Jesucristo, Misionero del Padre, nos recuerda lo que nuestro carisma nos impone como Servidores de la Palabra, con una imposición en el sentido de exigencia moral. Y no tenemos miedo de aceptarla como tal porque: «Quien ha conocido a Dios no puede callar».